Pocas cosas transmiten tanta paz como un bebé durmiendo. Y pocas resultan más desasosegantes, sobre todo para padres primerizos, que oír sus lloros y no saber por qué. ¿Tendrá hambre?¿Sueño?¿Gases?¿Le dolerá algo?
Nacemos con la capacidad innata de comunicarnos con el entorno que nos rodea. De manera instintiva gesticulamos, contraemos los músculos, enrojecemos, fruncimos el ceño o la boca, lloramos…
Emitimos señales con el fin de que quienes nos cuidan reconozcan el motivo y satisfagan nuestras necesidades: Nos den de comer, nos limpien o nos acunen en sus brazos.
O no vuelvan a darnos esa papilla asquerosa y la cambien por un zumo.
A medida que crecemos vamos desarrollando nuestras habilidades. Nuestro pequeño mundo crece con nosotros y vamos aprendiendo a hablar; Los primeros balbuceos, acompañados de gestos, preceden a palabras dichas con lengua de trapo. Papá, mamá, “bela”, “yayo”, mesa, hambre, pupa…. Resulta que hay que dar nombre a las personas y a las cosas que hay en casa, en la calle, a los compis de la guarde, a los profes.
Y nos dicen que no hay que cruzar cuando el semáforo, esa cosa que se ilumina junto a la acera, esté rojo. Ni por donde no hay rayas blancas que señalan el paso de peatones. Y que peatones somos nosotros cuando vamos andando. Y que hay señales que te dicen qué hacer y qué no, dibujos sencillos que recuerdan que no puedes pisar la hierba o que debes tener atado a tu perrito.
Mundos, cosas y personas cada vez más complejas, ideas más elaboradas que requieren emplear más palabras. Esas cosas que llenan los libros cuyo primer atractivo fueron los dibujos e ilustraciones que acompañaban las letras que, en algún momento, aprendemos a descifrar. A entender. Leemos y cobran sentido. Y si no entendemos algo preguntamos o buscamos un diccionario para conocer el significado de las palabras nuevas.
Empezamos a coleccionar palabras como coleccionamos cromos: Con mimo. Las intercambiamos con la ilusión de acabar la colección tras la decepción de esas “repes” que acabamos olvidando. Como el álbum.
Solo que las palabras nuevas no se acaban nunca. Ellas o su significado varían según el tono con el que se dicen, el acento con el que se pronuncian, los signos de puntuación con los que se rodean cuando se escriben, su ortografía correcta (o no) con una caligrafía cada vez más segura.
Y empiezan los problemas “porque me ha dicho”, “porque le dije” y sus soluciones “es que no te había entendido”, “no quise decir eso”…
Algo innato, que todos hacemos de una forma u otra cada día de nuestra vida, parece tan fácil como para no poner cuidado, para darle poco o ningún valor. Y sin embargo es la raíz de la mayor parte de conflictos con los que debemos enfrentarnos.
La comunicación, o mejor dicho: La buena comunicación, es muy difícil.
¿Por qué?
Imagen destacada gracias a ShutterStock por Por Ramona Heim
Enorme Patricia.
Comprendiendo el principio de la comunicación humana podremos llegar a comprender el método y afinar nuestro mensaje
Gracias, Miguel. A veces necesitamos echar un ojo atrás, a nosotros mismos…
Buenos días Patricia,
Me gusta el enfoque que le das a este tema aparentemente «tan común» ( o eso parece)….que ni le ponemos la atención que se merece, pero que en realidad como bien explicas lo mueve todo y según como te comuniques puedes liarla y mucho.
Así que yo me voy a callar… no vaya a ser que la acabe liando 😉 jajjajaja
Gracias por traernos estos escritos simpáticos y enriquecedores que se salen de lo encartonado y te dan ganas de seguir y seguir leyendo 😉 ¡Me encantan!
¡De nada, Pury! Me alegra que los disfrutes. Y además te doy las gracias por haberlo enriquecido con estas fotos tan monas (¿Te he dicho ya que me han encantado? 😉 ) Y no te preocupes, por liarla, que eso a veces aparece de la forma más increíble… O no